El Camino Hacia Ser

"Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia"
Honoré de Balzac

jueves, 2 de abril de 2015

La Primera Vez que vi a mi Amo



Iba a empezar diciendo, cuando conocí a mi Amo... pero no es así, ya lo conocía, simplemente, no lo había visto.

Llevaba dos semanas pasando horas y horas con mi Amo, hablando, chateando, delante de la cámara... y siempre haciendo todo lo que mi Amo me ordenaba. Estuve con él vestida, desnuda, me masturbé, tuve orgasmos, me paseé en tacones, bailé... de una manera u otra pasaba mucho tiempo con él. Conocía la voz de mi Amo, su imagen, sabía lo que sentía hacia él, pero tenía esos momentos de auténtica necesidad de saber lo que podía sentir estando a su lado. Había una foto suya, que pasó de inquietarme a darme tranquilidad, la foto que utilizaba en su perfil, pero no dejaba de ser una foto. La verdad es que el tema de cómo fuera físicamente me daba un poco igual. Pero necesitaba saber que realmente era de carne y hueso, y sobre todo, saber lo que sentía. Yo no decía nada. 


No quería incomodar a mi Amo. Estaba empezando a ver cosas, a hacer cosas, que me parecían imposibles. Intentaba por todos los medios agradar a mi Amo. Él seguía respondiendo a todas mis preguntas, con mucha paciencia. Me explicaba las cosas, y sobre todo intentaba que las sintiera, que me soltara, que me sintiera bien conmigo misma... Mi Amo estaba volcado en elevar mi autoestima, que estaba por los suelos, y en hacerme comprender, y ayudarme a entender lo que estaba viviendo. Y aunque yo no lo dijera, él sabía que yo necesitaba verlo. Necesitaba conocerlo. Necesitaba tocarlo. Estar junto a él, mirarlo a los ojos. 

Tengo que decir, que aún hoy, casi tres meses después de que mi Amo llegara a mí, no he tenido aún ninguna sesión con él. La precipitación para nada es buena en esta vida, pero cuando hablamos de una relación de Dominación/sumisión, los tiempos son aún más importantes. Un amo de verdad, sabrá encontrar el momento, no precipitará las cosas, y sobre todo decidirá cuando su sumisa está preparada. En este sentido yo diría a quién pueda leer esto que tenga muy en cuenta lo que acabo de decir, y que huya de aquellos que quieran precipitar las cosas.

Yo después de todo este tiempo, tres meses como acabo de decir, aún no sé lo que es realmente tener una sesión, cómo es o qué se siente. Cuando ocurra, imagino que lo compartiré. Aún no sé lo que es tener a mi Amo dentro de mi. No sé cuál es el sabor de su leche. No he sentido sus manos recorriendo todo mi cuerpo. Tan sólo he tenido hasta ahora, un pequeño aperitivo. Mi Amo dice que aún no estoy preparada. Yo confío en él, y estoy segura que él sabrá cuando ha llegado el momento. Aunque la verdad es que lo deseo más que cualquier otra cosa que haya querido en mi vida. Pero ahora, volvamos a la primera vez que lo vi.

Por fin quedamos en vernos. Sería por la mañana, temprano. Huelga decir que no pude pegar ojo la noche anterior. Estaba nerviosísima. Por un lado me moría de ganas de verlo, pero por otro lado me daba pavor. Era totalmente ajena a este mundo. No sabía lo que podía esperar. Pero pese a mi miedo, a mi incertidumbre, sentía que mi Amo no me podría hacer nada, no me iba a hacer daño. Sentía que lo conocía desde siempre. Lo cierto es que yo he tenido mucha suerte, hay que tener cuidado con estas situaciones. En general creo que hay que hacer caso al miedo, es buen consejero, a modo de precaución hay que tenerlo en cuenta. Aunque eso no significa que no nos atrevamos a vivir, no, sólo que hay que tener sensatez. Otro día hablaremos de la sensatez y de qué hay que evitar.

Ante ese primer encuentro, estuve pensando toda la noche en cómo sería, en que quería estar perfecta, maquillada, perfumada, pintada, con la ropa que mi Amo quería que llevara, y con mis tacones. Quería no fallar. Me daba terror no estar a la altura de mi Amo. De lo que mi Amo quería, de lo que mi Amo necesitaba. Ese era mi mayor miedo. Porque ¿y si después de conocerme en persona se daba cuenta de que yo no era lo que él esperaba? 

Quería que todo fuera perfecto, causarle una buena impresión. Pero nada salió como yo quería o había pensado. No dormí en toda la noche, pero sí lo hice cuando sonó el despertador. Cuando llegó la hora, ¡¡¡¡estaba dormida!!!! Así que nada de parecer divina. Estaba sin maquillar, sin arreglar, nada sexi, me quería morir. Cuando llegó el momento se me aceleró el pulso, el corazón se me iba a salir por la boca. No recuerdo haber estado tan nerviosa, tan expectante, tan nada... nunca. Cuando estuve frente a él, no era la mujer divina, arreglada, perfecta que yo quería que viera mi Amo. Era un manojo de nervios, despeinado, con restos de rímel en los ojos, y me sentía como si tuviera cinco años. Y ahí estaba él, mi Amo, de carne y hueso. Nunca una imagen podrá ser como la realidad.

Yo le había hablado tanto de mi necesidad de abrazar y de que me abrazaran que cuando llegó, me dejó que lo hiciera. Cuando lo rodeé con mis brazos, creí que me caía. Las rodillas me temblaban. Todo mi cuerpo en realidad estaba en tensión. Pensé que me iba a desmayar. Aquel hombre que estaba frente a mi, era la persona que más me imponía del mundo. Nos fuimos al cuarto, y mi Amo me permitió que estuviese sentada a su lado. La verdad es que aún no he estado con él con la postura apropiada, es decir, arrodillada, con la espalda recta, y la mirada baja.

Mi Amo había venido a verme porque sabía que yo necesitaba saber. Me dijo que allí estaba, y que sencillamente podía preguntarle lo que quisiera. Pero yo no podía hablar, la garganta se me había secado, quería decir un millón de cosas, pero a la vez no podía abrir la boca. Y sobre todo una cosa, su mirada. Mi Amo mira hacia adentro, nadie me ha mirado así jamás en la vida. No tiene que hablarme, si no quiere, porque sus ojos me lo dicen todo.

La presencia de mi Amo es imponente. Podría hablar de él diciendo que es alto, que es guapo, que tiene buena figura. Todo eso es verdad, pero sobre todo es una persona que impone. Impone por su forma de mirar e impone por su forma de hablar. Su tono autoritario, mezclado con una voz susurrante. Empezamos a charlar, y pese a todo lo que estaba sintiendo, conseguí relajarme un poco. Mi Amo intentó explicarme de qué iba todo. En otro momento hablaré largo y tendido del dolor y el placer. En este primer encuentro mi Amo quiso mostrarme de qué hablábamos, de qué iba precisamente ese binomio. Me dio algunos cachetazos, que yo aguanté, pero que no me supusieron placer. Me mostró que físicamente tenía que mejorar. No hablo de talla, hablo de forma física. Resistencia y estado. Yo tenía la sensación durante todo el tiempo de que lo que quería era convencerme para no seguir adelante. De alguna manera me estaba mostrando que el camino no iba a ser fácil, que había mucho que trabajar, que mejorar, que cambiar y que con querer no era suficiente. Había que hacer mucho. Yo me iba sintiendo cada vez más pequeña con sus palabras. Por momentos el miedo se estaba apoderando de mi. Mi Amo creo que estaba comprobando mi convicción o no, y yo sólo sentía que se alejaba.

Recuerdo que me dijo que lo besara (el único beso en la boca que le he dado). Fue el peor beso de mi vida. Entre el miedo, el desconcierto, la sensación de estar pasando por una prueba... No puedo explicar el torrente de emociones que estaba experimentando a la vez. Pero una sobresalía por encima, la angustia, porque mi Amo me iba a dejar. Este encuentro duró poco más de una hora. Fue entonces cuando mi Amo, empezó a llamarme por mi nombre real. En ese momento el dolor que sentí fue más grande que cualquier dolor físico. Literalmente se me partió el alma. Eso era el final. Además me dijo que dejara de llamarle Señor, que ni yo era su sumisa, ni él mi Amo. Recordando ahora ese momento, las lágrimas vuelven a mis ojos. Las lágrimas que conseguí que no salieran en ese instante. Mi faro se apagaba, mi Norte desaparecía. Después de decirme que no era posible, estuvimos hablando un rato, de cosas intrascendentes... y nos despedimos como "amigos", con aquello de "a ver si nos vemos y quedamos...".

Cuando se cerró la puerta y me quedé sola, caí al suelo y entonces sí que lloré, porque nunca jamás en mi vida había tenido una sensación de soledad tan grande. En ese momento descubrí qué es sentirse tan vacío que te puedas oír por dentro. Mi Amo, mi Señor ya no estaba. ¿Y ahora qué? Yo no podía ya vivir como antes de que él apareciera, ¿qué iba a hacer ahora? Me sentí rota. Perdida. Sola. No sabía qué hacer. Mi Amo me había dicho que esto no era para mi, y se había despedido. Y yo tenía que seguir viviendo.

Shakti

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